lunes, 11 de enero de 2016

Ziggy played guitar

Este lunes no podía empezar peor. Además de una serie de contratiempos familiares, me he enterado de la muerte de David Bowie por el mensaje de Whatsapp que me ha enviado una amiga. No me ha dado tiempo a asimilarlo, pues tenía la cabeza en otros asuntos que requerían mi atención en ese momento, pero una vez los he zanjado y he regresado a casa, me ha invadido una pena tremenda. Y ya cuando he encendido el portátil, he leído los mensajes de todo el mundo y, sobretodo, he puesto su música de fondo, entonces se me ha encogido el corazón. 

Como he expresado en mis redes sociales, en ocasiones hay personas a las que no conocemos en absoluto pero tienen el don de marcarnos profundamente, de definir lo que somos gracias a lo que ellos han hecho. La música, la literatura, el cine y cualquier otra expresión artística forman parte de nuestras vidas y van moldeándonos sin que nos demos cuenta. Pensad por un momento en quiénes seríais ahora de no haber leído tal o cual libro en algún momento de vuestras vidas, por poner un ejemplo. Ya lo dije una vez en un post, una vida carente de arte es una vida vacía y que pide a gritos que la llenen con los sentimientos más rápidos en llegar y ya sabemos que los malos van siempre un paso por delante. Afortunadamente, en mi entorno todos tenemos vidas llenas con esa luz que despiden los artistas y en este caso, tenemos un trocito de corazón teñido de varios colores y atravesado por un rayo por culpa del señor David Bowie. Por eso hoy no podemos dejar de sentirnos tremendamente apenados por su marcha, que no pérdida. No puedo hablar de pérdida cuando el legado que nos deja es tan bueno. Está claro que no se verá ya ampliado, pero creo que lo que hay es tan genial que podemos de algún modo consolarnos. Su ausencia es la que nos duele. 

Mi primer contacto con él, del que yo sea consciente, fue en su papel de Rey de los Goblins en la película de El Laberinto. Me daba miedo, mucho miedo y la película en general me producía mucho agobio. Nunca llevé bien el tema de las marionetas en la pantalla, y ya encerrada con ellas en un laberinto ni os cuento. Como colofón, el argumento de la película con el secuestro del hermano pequeño de la protagonista era el guión más terrorífico que podía haber para un niño. Creo que Bowie tuvo la culpa de que durante una época en mi infancia tuviera un miedo terrible a que mi hermano se perdiera o escapara de casa e iba todas las noches de madrugada a comprobar si seguía en su habitación. Y así es como conocí al Rey de los Goblins. No fue hasta mis años en la universidad que descubrí a David Bowie como tal. No me malinterpretéis, su música ya sonaba a mi alrededor desde que tuve uso de razón, por eso me sonaban muchísimas canciones suyas el día en el que me paré a escucharle de verdad. Es decir, le puse cara al responsable de tantos temas que había escuchado miles de veces antes. Desde entonces, desde que vi que lo suyo no sólo se limitaba a un puñado de canciones, sino que venía acompañado de unas letras apasionantes, temas que nos hacían soñar con alcanzar las estrellas y una estética muy particular, desde ese día me hice fan con todas las letras. También desde entonces digo que me encantaría verlo alguna vez en directo, como ya decía de querer ver a los Rolling Stones o a los Beatles que aun quedaban con vida (en 2004 cumplí uno de esos sueños y fui a un concierto de Paul McCartney). Ahora se me quedará el sueño a medias. 

En fin, necesitaba escribir este post para expresar la pena que hoy llevo dentro al igual que muchos de vosotros. Como decía, no se va un artista sin más, se nos va un pedazo de nuestras vidas. Y creo que cualquier persona amante de la música o el arte en general sabrá comprendernos hoy aunque no tuviera a Bowie tan adentro como nosotros. Descanse en paz.



¡Hasta el próximo post!

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